El jardín y el fuego

Epicuro y el Sumak Kawsay

Dos caminos hacia el Buen Vivir


por Santiago Andrade León


El sol nace desde la montaña, no desde el este. Nace desde adentro. Desde el pecho del que recuerda. Porque el ser humano es, ante todo, memoria viva.

Y cuando el sol despierta en el pecho, se siente como una verdad sencilla: no estamos solos, y nunca lo estuvimos.

Dentro de nosotros arde el fuego de nuestros antepasados. Ese fuego que, como me enseñaron los abuelos yageceros, no habla muchas palabras, solo una: “YO SOY”. Y en esa afirmación está su instrucción.

La Tierra no es algo que pisamos: es quien nos sostiene. Nos inclinamos ante su sabiduría, y agradecemos a la familia que la cuida, porque de esa familia será también su conocimiento.

El conocimiento, como el fuego, no es de quien lo encuentra, sino de quien lo cuida. No hay conocimiento sin conocedor. No hay medicina sin quien escuche su canto.

Por eso, antes de cualquier palabra, agradecemos a los pueblos originarios, conocedores de estas artes ancestrales que sostuvieron la salud de nuestros abuelos, a las abuelas que cantaron a los cerros, a los hombres medicina que hablaron con el agua, a los niños que aprendieron a no olvidar el nombre de las plantas.

Ellos no inventaron el saber. Ellos lo guardaron.

Y también agradecemos a quienes hoy, con humildad, aprenden a cuidar ese fuego, porque todo aquel que protege lo sagrado se convierte en nieto del conocimiento.

Y estos altares no se compran ni se construyen, se transmiten: de abuelo a padre, de padre a hijo, de hijo a nieto.


En el jardín de Epicuro

En otra tierra, lejos de las montañas andinas, bajo la sombra de olivos griegos, un hombre llamado Epicuro sembraba preguntas. No en templos, sino en un jardín.

Su escuela no tenía tronos ni jerarquías. Tenía silencio, pan, pensamiento y amistad.

Epicuro enseñaba que el mayor placer no es el exceso, sino la paz interior. Que la libertad no viene de tenerlo todo, sino de necesitar poco y compartir mucho.

“Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco.” “La amistad es la mayor riqueza.”

Epicuro no buscaba fama ni poder. Buscaba vivir bien, a plenitud.

Y para él, vivir bien era: no temer, no mentir, no dañar, no depender. Cultivar la mente. Comer con los justos. Reír con quienes caminan despacio. Habitar el instante sin miedo al mañana.

Él no escribió un sistema. Escribió una manera de estar en el mundo. Una ética viva. Una sabiduría cotidiana. Un fuego sereno.


El Sumak Kawsay

Memoria que camina

Del otro lado del mundo, en estas tierras donde el cóndor escucha al trueno, el Sumak Kawsay nos recuerda algo parecido:

Que vivir en plenitud no es acumulación, sino equilibrio.

Que la vida plena no se alcanza solo con logros, sino con vínculos, reciprocidad, y respeto.

“No puedes estar en paz si el río está herido.
No puedes vivir bien si tus pasos no cuidan lo que tocan.”

En el Sumak Kawsay, el bienestar no se mide por lo que tienes, sino por cómo caminas, cómo sirves, cómo honras.


 

Cuando el jardín

se encuentra con el fuego

Tal vez Epicuro no haya conocido la palabra Ayllu, pero la vivió. Tal vez nunca haya oído hablar de los Apus, pero también buscaba mirar las estrellas con reverencia.

Lo suyo y lo nuestro — el jardín y el fuego — no son opuestos: son hermanos del alma, caminos que se cruzan en una sola pregunta: ¿cómo se vive bien?

Ambos caminos enseñan que el conocimiento no es acumulación, sino relación. No es dominio,
sino cuidado.


¿Y cómo vivir esto hoy?

Los tiempos modernos son distintos. Ya no tenemos el mismo silencio, ni el mismo cielo limpio, ni el mismo ritmo para escuchar el alma.

Pero eso no quiere decir que no podamos cultivar ese fuego.

Hoy, cuidar el conocimiento es:

— no usarlo para elevarse, sino para servir.

— no disfrazarlo de poder, sino vivirlo como medicina.

— no predicarlo, sino encarnarlo en lo simple:

una palabra honesta, una mesa compartida, una siembra y la cosecha para todos y de todos.

Vivir como Epicuro, vivir como el Sumak Kawsay, es recordar que la felicidad no se compra: se cultiva.

Que no somos hojas sueltas, sino ramas de un mismo árbol que busca el sol. Y que el fuego que ilumina no es el que arde alto,sino el que calienta en silencio el centro del círculo.


No vivamos como si no supiéramos.
Vivamos como si recordáramos.

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https://www.lulu.com/spotlight/santiago-andrade-leon/


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