El Fuego de Aristóteles

Ética con raíz

o del Abuelo Fuego a Aristóteles.

Por Santiago Andrade León

Hace diecinueve años, el dolor me atravesó como rayo seco. Perdí a un hijo. Y con él, una parte de mi alma se convirtió en ceniza. La muerte de un hijo no se supera. Se atraviesa, como se atraviesa la noche más oscura, sin luna.

En ese abismo, sin palabras, comencé a escribir. Pero no escribía como padre: me hablaba como un abuelo, un anciano imaginario que había visto a ese niño crecer, convertirse en hombre, vivir. Y a través de ese nieto imposible, también les escribía a mis hijos, y a todos los hijos del mundo que un día necesiten consuelo, dirección o ternura.

Así nacieron las Cartas del Abuelo Fuego: palabras que no buscan enseñar, sino acompañar, como rezo, como llama, como abrazo.

Ética como raíz, virtud como vínculo

En ese tiempo de duelo recordé a un pensador que me había marcado en mi juventud: Aristóteles. Él hablaba de la virtud como práctica, como hábito, como acción encarnada que forja el carácter y conduce a la eudaimonía: la felicidad, la plenitud de ser.

Pero entender su ética sin entender la polis, como bien dice una hermana del pensamiento, es perder su corazón. Para Aristóteles, el ser humano es zoon politikon: un ser que solo florece dentro de la comunidad. No por interés político, sino por necesidad ontológica:

La virtud solo existe cuando hay otro.

Justicia, valentía, generosidad… Todas esas virtudes que él nombra no se ejercen en la soledad, sino en la vida compartida. No hay ética sin relación. No hay vida buena sin comunidad viva.

Y allí es donde el Sumak Kawsay, el Buen Vivir andino, resuena profundamente. También nos dice:

No hay plenitud sin reciprocidad. No hay armonía sin vínculo con la naturaleza, el espíritu, el otro.

Si Aristóteles hablaba de la polis bien ordenada como espacio para la virtud, el Sumak Kawsay habla del Ayllu vivo, el tejido comunitario, la chakana relacional, donde el servicio, la gratitud y el cuidado son expresión espiritual.

“La verdadera ética no se impone desde afuera: se enciende desde la raíz.
Porque quien olvida que es semilla, termina viviendo como maleza.”

(Cartas del Abuelo Fuego, pág. 25)

 Fuego escrito, palabra que acompaña

Cartas del Abuelo Fuego no es un tratado. Es un fuego encendido en medio del duelo. Una fogata de palabras para quien camina en silencio.

Es un libro nacido del dolor, pero ofrecido con alegría. Porque cuando se ha perdido tanto, uno entiende que la vida no se trata de tener razón, sino de tener corazón. Y que servir, consolar y compartir belleza también es una forma de justicia.

Ética para la comunidad, no para el yo

Tanto Aristóteles como el Sumak Kawsay coinciden en lo esencial: La vida ética no es un asunto privado. Es una práctica pública, espiritual y comunitaria.

No se trata de ser «bueno» en soledad, sino de tejer vínculos sanos, justos y luminosos en los que todos podamos florecer.

En el fondo, Aristóteles y el Abuelo Fuego se dan la mano: uno desde la plaza de Atenas, el otro desde el fuego de Ayapuma.

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